ANDALUCÍA
ANDALUCÍA
VALLAS DEL TORO EN ANDALUCÍA
- CASTILLO DE LAS GUARDAS (SEVILLA)
- CASTILLEJA DEL CAMPO (SEVILLA)
- LAS CABEZAS DE SAN JUAN (SEVILLA)
- LA LUISIANA (SEVILLA)
- LORA DE ESTEPA (SEVILLA)
- CARRIÓN DE LOS CÉSPEDES (SEVILLA)
- SANTA ELENA (JAÉN)
- JEREZ DE LA FRONTERA (CÁDIZ)
- EL PUERTO DE SANTA MARÍA, NORTE (CÁDIZ)
- EL PUERTO DE SANTA MARÍA, SUR (CÁDIZ)
- ALCALÁ DE LOS GAZULES, OESTE (CÁDIZ)
- ALCALÁ DE LOS GAZULES, ESTE (CÁDIZ)
- CONIL (CÁDIZ)
- TARIFA, PUERTO DE FACINAS (CÁDIZ)
- CUESTA DEL ESPINO (CÓRDOBA)
- CASABERMEJA (MÁLAGA)
- LOS BOLICHES FUENGIROLA (MÁLAGA)
- TORRE DEL MAR (MÁLAGA)
- ALBOLOTE (GRANADA)
- GUEJAR SIERRA (GRANADA)
- BENAHADUX (ALMERÍA)
- LOS
BARRIOS, ALGECIRAS (CÁDIZ)
Lágrimas por Andalucía
Cuando viajo hacia el sur, en esta pequeña aventura que he dado en llamar La Guía de la Valla del Toro, tengo la sensación de dirigirme a una tierra extraordinaria. A medida que me acerco, pienso en todos aquellos que siglos atrás llegaron a ella, la habitaron, la disfrutaron... y que más tarde tuvieron que dejarla con el alma rota.
Soldados franceses, moros, viajeros... muchos se retiraron de Andalucía con lágrimas en los ojos, sabiendo que no volverían a ver su luz cristalina, ni a respirar el aroma del olivar o del naranjo en flor. No escucharían más el murmullo del agua en las fuentes de la Alhambra de Granada, ni volverían a sentir su mar, su montaña, su clima, su gente.
Cuenta la leyenda que Boabdil (Mohamed Abu Abdalahyah), el último rey nazarí de Granada, un hombre de carácter más pacífico que guerrero, se rindió sin presentar batalla ante los Reyes Católicos en 1492. Tras entregar la ciudad, Boabdil y su séquito fueron desterrados. Los monarcas cristianos izaron su bandera en lo alto de la Alhambra, marcando el fin del último bastión musulmán en la península ibérica. Al rey derrotado se le permitió establecerse en las áridas Alpujarras, donde resistiría un tiempo más.
Camino de su exilio, Boabdil evitaba mirar atrás. Pero al llegar a un alto del camino —el que hoy se conoce como El Suspiro del Moro—, se detuvo y contempló por última vez la ciudad que había perdido. Fue entonces cuando suspiró... y rompió a llorar.
Su madre, Ayesha, al verlo, le lanzó una frase dura
como un mandoble:
—Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre.
No es difícil entender el porqué de su llanto. Boabdil sabía que abandonaba un paraíso en la Tierra.
Oro líquido
Circulo atento por las curvas de la A-461 en dirección a Zufre, envuelto por la masa forestal que me arropa a ambos lados de la carretera. Antes de llegar a la localidad, puedo recrearme con las vistas del embalse de Zufre, que aparece a un lado como un espejo tranquilo entre las montañas. Pero lo que realmente llama la atención es Zufre mismo: surge colgado en la ladera, con su imponente iglesia dominando el perfil del pueblo. Su estampa queda grabada en la memoria del viajero.
Llego al cruce con la N-433 y tomo dirección sur, hacia El Garrobo. Esta zona, que huele a frontera entre lo extremeño y lo andaluz, conserva un sabor propio, austero y bello. En este tramo, a la altura de Castillo de las Guardas, me encuentro con la valla del Toro.
Está al margen derecho de la carretera, dentro de una granja. Entre las patas del Toro corretean animales como si fuera una figura más del paisaje cotidiano. No es el Toro que se alza en la inmensidad de una llanura ni recorta el horizonte en solitario. Este es otro tipo de Toro: uno que aparece entre árboles, que se asoma tímido, escondido entre las hojas. Un Toro doméstico, casi rural. Pero Toro al fin.
El Toro de Castilleja del Campo reúne esas condiciones ideales para las que fue concebida la valla. Su ubicación, rozando la provincia de Huelva y bañado por la brisa del mar cercano, le confiere una atmósfera especial. A sus patas se extiende un mar dorado de campos, y lo envuelve un horizonte infinito. La carretera, recta, moldea el calor del sol a medida que avanza.
Recortado con perfección contra un fondo de cielo azul y aire limpio, el Toro se convierte aquí en una estampa de identidad pura. Se alza majestuoso al margen izquierdo de la A-472, en dirección a Huelva, como un emblema que resume la esencia de esta tierra.
"El Chiri" Vivir en la Calle.
La valla del Toro de Las Cabezas de San Juan
Empecé a recorrer las vallas del TORO en noviembre de 2011. Hoy, en agosto de 2021, he visitado el icono cercano a Las Cabezas de San Juan. Con esta valla ya consumada, solo me restan dos más en la península para tenerlas todas documentadas. Ya no tengo prisa por recorrerlas. Se acabaron las jornadas maratonianas para alcanzar un gran número de ellas. Siento que se van apagando los viajes en moto recorriendo España con esta peculiar coartada.
Esta última valla podría llevar muchos apodos, como otras que he nombrado anteriormente por su ubicación o por algún rasgo del entorno. Pero esta es distinta. Y no en vano: varias personas, sin saberlo, han contribuido a ello. No todo ha sido “moto y carretera”. Ha habido momentos mágicos durante el viaje. Mil quinientos cuarenta kilómetros para hacer unas fotos, mil quinientos cuarenta recuerdos.
Podría ser la valla de Juana, de Fátima, de Alberto, o de la perrita Dana. También la valla de José Luis, de Eugenio, de María José... o del bar “El Rincón del Chiri”, en Jerez. Personas e instantes memorables me han llevado, casi sin darme cuenta, a la casi penúltima valla de la península.
He rodado por las Lagunas de Ruidera, la N-430, la N-435, la EX-209 y la frontera portuguesa. La retina y el corazón se llevan las imágenes, pero de este viaje me quedo con las personas, la amistad, el ritmo de Jerez de la Frontera y su embrujo tan cercano a ese arte de vivir la calle.
LAS CABEZAS DE SAN JUAN N-IV KM 596 (SEVILLA)
4.- LA LUISIANA (SEVILLA) , N-IV, P.K. 488,800
El Toro
Energético
Como si de una secuencia de una película de Blade Runner perdurando miles de años, la luz artificial ilumina la silueta negra del TORO en una tierra futurista.
El último Toro. Luchadores
Este viaje es el más especial, entrañable y, a la vez, emocionante. Será la última valla, el último encuentro. Aquí pongo punto y final a esta aventura, a esta forma de disfrutar del motociclismo.
Me siento afortunado de poder cargar las maletas como antes, casi sin rumbo, casi sin ruta, llenar el depósito y rodar hacia el sur, como si nada hubiera cambiado en estos casi catorce años. En el fondo, la valla es solo un pretexto. Lo esencial siempre ha sido salir.
Esta última valla del toro, la última de la península, la afronto recordando los miles de kilómetros recorridos, todos llenos de ilusión, saboreando cada tramo de carretera y cada paisaje. El objetivo siempre fue sentirme libre, sentirme motorista, fundirme con la carretera y mi moto. Completar esa imagen que todo motorista persigue: la de uno mismo rodando hacia el horizonte.
Hoy cumplo el objetivo, pero también peleo una batalla interna. El cáncer apareció en mi vida a mediados de 2021; llevaba tiempo viajando conmigo sin que yo lo supiera. Tal vez no quise verlo, o tal vez simplemente miré hacia otro lado. Me tocó ser hombre y tener cáncer de mama… qué suerte tengo para ciertas cosas. El frenazo fue instantáneo. Te quedas fuera de juego, en neutro. Cuesta engranar marchas. Te agarras a quienes más quieres, la familia, pero buscas respuestas, explicaciones.
En esa búsqueda desesperada encontré personas increíbles que, aun sufriendo la enfermedad, tenían fuerzas para contarte su experiencia y darte consejos. Aunque no los veas, están ahí, en redes sociales, siempre dispuestos a ayudar. En INVI, Asociación de Cáncer de Mama Masculino, conocí a Marius Soler, una persona de gran corazón que, con un lenguaje sencillo, consigue hacer visible lo invisible. Hay quienes, aun estando fastidiados, sacan recursos para ayudar a los demás. Ese ejemplo te da alas.
Me siento un afortunado por seguir rodando en moto, persiguiendo sueños. Este último objetivo es para los que luchan en silencio cada día por volver a ser como antes. Esta valla será la valla de los luchadores. Cada curva, cada horizonte llevará vuestro lazo rosa con punto azul. Gracias por estar al otro lado del teléfono, del ordenador, y por hablar el mismo lenguaje que entiende un paciente de cáncer de mama.
Es finales de junio y se anuncia ola de calor. Los 173 caballos de la Honda empujan sin esfuerzo mientras salgo de Madrid. Muchos tienen prisa por escapar; la temperatura aún no es alarmante. Cruzo la ciudad de este a oeste bajo la luz artificial de las circunvalaciones, hasta que, por fin, el sol aparece en los retrovisores cuando ruedo por la Nacional V. El aire fresco entra por las mangas y se extiende por la espalda. No hay sensación mejor.
Antes de llegar a Carrión de los Céspedes visitaré la parte alta de Cáceres, hoy castigada por los grandes incendios forestales. La Sierra de Gata y sus preciosas localidades, como Pinofranqueado y Caminomorisco, me reciben con sus paisajes hermosos. También pasaré por Badajoz, por su Plaza Alta, y por Alange, con su pantano y su balneario romano, un paraíso para los amantes del agua.
Al amanecer de otro día, mientras ruedo por la N-432 y la N-630, me invade una sensación conocida. Pero algo ha cambiado: el paisaje se transforma. Los campos solares dominan la vista, y mis pensamientos entran en contradicción. Algo me dice que no deberían estar ahí.
Para
llegar a la valla de Carrión he pasado por Gerena y Aznalcóllar, bajando por la
A-477 y la A-472, camino de la valla vecina de Castilleja del Campo.
En Carrión, para ver la valla, hay que tomar un camino de tierra que parte del
cementerio. Un paseo de 30 minutos te lleva hasta ella. La valla está allí, sirviendo
de guía a los conductores veloces de la A-49.
Este último toro no es solo un destino. Es un homenaje. Es mi despedida. Y es, sobre todo, un símbolo para quienes siguen luchando cada día.
ANDALUCÍA
7.- SANTA ELENA N-IV K.M.261 JAÉN
El Toro oliva.
Viniendo de Madrid, mucho antes de entrar en Despeñaperros, ya se ven olivos a derecha e izquierda de la carretera. Si circulas por las antiguas nacionales —donde normalmente se encuentra nuestra querida valla— verás igualmente muchos olivos. Y si te sales de ellas y decides rodar por secundarias, a disfrutar de curvas espectaculares y paisajes intensos, claro está: también estarán llenos de olivos.
¿Nos hemos preguntado alguna vez cuántos pelos tiene nuestra cabeza? Por mucho que intentemos aproximarnos, no tendremos la cifra exacta. ¿Cuántos granos de arena hay en un cubo? Tampoco. ¿Y cuántos olivos hay en Andalucía? Los suficientes para formar un mar verde. Los suficientes para que el aire huela a aceite. Los suficientes para saber cuándo está funcionando una almazara —ese molino donde el fruto se convierte en oro líquido—. Los suficientes para entender que las más de 80.000 hectáreas de olivar son parte inseparable del alma andaluza.
Ruedo entre olivos con sabor a almazara, y la vista se me escapa de la carretera para buscarlos. Filas ordenadas, perfectas, sobre su tierra roja. Infinitos verdes bajo el sol de la tarde me obligan a rendirme a ellos. Los veo cerca, casi los toco al pasar, mientras en el horizonte nace el sol.
El olivo antiguo, el mayor, el viejo, ha visto pasar el mundo a sus pies y los avatares de la historia de Andalucía. Generaciones han recogido sus frutos.
Dicen que el olivo tiene un origen divino. Según la mitología griega, en la disputa entre Palas Atenea y Poseidón por el patronazgo de Atenas, Poseidón, a golpe de tridente, creó el caballo —fuerte, rápido y ágil—, mientras que Palas Atenea, con su lanza, hizo brotar el olivo: "Del que no solamente sus frutos serían buenos para comer, sino que de ellos se obtendría un líquido extraordinario que serviría de alimento a los hombres, rico en sabor y en energía; capaz de aliviar heridas, dar fuerza al cuerpo y ofrecer llama para iluminar las noches…".
El olivo fue más valorado por los dioses. Atenea fue la elegida para dar nombre a la ciudad.
Jerez de la Frontera. Cuna del Toro
La cuna de la valla del TORO está muy próxima a Jerez de la Frontera. Aquí nació el emblema negro sobre fondo de cielo azul, y no es casualidad. Todo en esta tierra empuja a la creación de símbolos duraderos: el carácter, el ritmo, la luz, el aroma.
El estilo de vida de Jerez se filtra como el sol entre las rendijas de una bodega y salpica al resto de localidades que acogen las vallas del TORO. Hablo de Conil, Facinas, El Puerto de Santa María, Sanlúcar, Vejer... En toda esta franja de Cádiz, el vino es más que un producto: es un lenguaje, un perfume, un código compartido. El vino —el jerez, el fino, el oloroso— es el caldo de cultivo de esta maraña de siluetas taurinas que puntean el paisaje, entre campos, curvas y carreteras que rezuman historia.
Las bodegas de Jerez no son solo almacenes de barricas. Son templos de paciencia, de sabiduría heredada, de silencios frescos en los que madura el tiempo. Cada una tiene su propia historia, muchas veces marcada por el esfuerzo, el ingenio y el legado familiar. Recorrer una bodega es abrir un libro vivo. Entender Jerez es, necesariamente, entender sus bodegas.
Pero también es entender de caballos: la nobleza de la raza cartujana, la elegancia en el paso, el arte del movimiento. Y es entender de estilo, de diseño, de ese saber vivir que tiene aquí algo de danza perpetua. Jerez tiene una forma de vida alegre, llena de vitalidad, de duende, de esa energía que no se explica del todo pero que se siente, como una música interior.
No es extraño que en este entorno naciera la silueta del toro. Fue aquí, entre el vino, el arte ecuestre, el acento gaditano y la historia andaluza, donde surgió esta figura que hoy es parte del paisaje y del imaginario colectivo.
El Toro de Gala
Algunos toros no están hechos de chapa. Algunos son de carne, de sudor, de
resistencia. Algunos Toros caminan entre nosotros, vestidos de negro,
desafiando el sol como si pudieran añadirle un grado más a la canícula sin
inmutarse. Gala era uno de esos toros.
La conocí así, siempre de negro. Como si fuera la encarnación del propio símbolo que llevo años buscando por las carreteras de España. No se rendía ante nada, y cuando el calor apretaba, cuando otros se refugiaban en la sombra o se quejaban del peso del día, ella seguía, firme, trabajando, caminando, viviendo con la fuerza de quien ha hecho pacto con la vida sin condiciones.
El sol podía derretir el asfalto, podía agrietar la tierra, pero ella seguía. Gala era ese grado más de resistencia, ese eco de coraje que permanece cuando todo parece ceder. Era julio a las tres de la tarde y había que ir... Era silencio y determinación.
He querido que esta valla lleve su nombre. Porque cuando me detuve aquí, bajo este toro solitario y firme, me pareció verla a ella. El mismo negro, la misma presencia, la misma dignidad callada. Gala, mi madre como esta valla, permanece en pie.
Recorriendo la N-375 y en las estribaciones finales de la Sierra de Cádiz, subiendo ésta carretera próxima a entrar en Alcalá de los Gazules encontraremos en el margen derecho la pequeña valla del TORO. No es espectacular como otras ya que la vegetación en breve la tapará. Una vez sobrepasada y a unos mil metros nos aparecerá el inmaculado pueblo de Alcalá de los Gazules, blanco como pocos, la localidad forma parte de la conocida “ruta del toro”.
La valla de Conil de la Frontera fue la primera que me habló. La que me llamó la atención un verano de playa y sol, sin buscarla, sin esperarla. Sus recortes en el horizonte, tanto al amanecer como al atardecer, se clavaron en mí como una invitación. Allí, entre el aroma del mar y la brisa cálida de Cádiz, el TORO se alzaba como un centinela silencioso del tiempo.
En sus contornos negros contra el cielo anaranjado, vi algo más que una silueta. Vi caminos posibles, rutas aún no trazadas, destinos por descubrir. Fue en aquel instante, frente a esa figura quieta pero poderosa, donde sembró raíz la idea de este viaje. Esa imagen plantó dentro de mí la semilla de la curiosidad, del movimiento, del deseo de ir más allá. Aquel toro me dijo, sin palabras, que quedaba mucho.
Y no se equivocaba.
Tengo que confesar que la valla del TORO de Facinas me ha costado. Fueron varios viajes a lo largo de distintos años. En el primero, la recompensa no llegó. El clima, los accesos y esa combinación de factores que uno no controla, no me permitieron obtener las imágenes que imaginaba antes de llegar. Pero hay vallas que, como algunos sueños, exigen espera.
Hoy, por fin, subo con agrado la cuesta que me lleva a una posición privilegiada. Hoy sí. Hoy las fotos llegan y con ellas, el cierre de un círculo: tengo prácticamente todas las vallas del TORO de España. Y no es sólo eso. El terreno sigue siendo complicado, los cardos pinchan y la tierra se resiste, pero en el alma hay otra cosa. Hay alegría.
Recientemente viví momentos que me han llenado. El reencuentro con un amigo muy querido, al que hacía tiempo no veía, me dio un chute de energía inesperado. Y en esta última subida me acompaña Juana, mi amada, testigo incansable de esta locura que llevo años persiguiendo.
El TORO de Facinas no se entendería sin su contexto: el tramo mágico de la N-340 entre Vejer de la Frontera y Tarifa. Una carretera que corre pegada a la costa atlántica, donde lugares como la playa de Bolonia, sus dunas, el viento salvaje de Tarifa y sus calles blancas y llenas de vida conforman un escenario único.
La valla de Facinas resiste, al igual que yo, los embates de un viento incansable. Ese mismo viento que hace volar cometas y velas sobre las olas, hoy acaricia —o golpea— al TORO. Pero él sigue ahí, firme. Como el viaje, como el deseo, como la historia que lo sostiene.
El Toro Revelado
Circulo dirección sur por la A-45, a punto de entrar en Casabermeja. La localidad goza de una ubicación excepcional, colindando al norte con el Parque Natural de los Montes de Málaga. Si decides adentrarte por la A-356, no defrauda el baño de naturaleza ni las plantaciones de olivos que acompañan el trayecto. Casabermeja es, ante todo, un pueblo blanco, de esos que llaman la atención desde la distancia.
He aparcado cerca de una pequeña colina, justo donde arranca un camino que permite subir hasta la valla del TORO. Asciendo lentamente, con parte del equipo de la moto a cuestas, por una cuesta empinada. A cada metro ganado dejo más abajo las casas del pueblo, y se va formando ante mí la imagen del Casabermeja que imaginaba: blanco, bien dispuesto, bañado por la luz cálida del sol tardío.
Una vez arriba, descubro también la valla. El paso del tiempo ha dejado huellas visibles en todas sus chapas: uniones, repintados, restos de su mensaje anterior… Desde lejos no se aprecia, pero de cerca revela su historia, su otro yo, ese que aún persiste y le da fuerza y solera. Una valla que, como el pueblo que la acoge, guarda memoria y carácter.
18.- TORRE DEL MAR (MÁLAGA)
TORRE DEL MAR (MÁLAGA) N-340, P.K. 268
ALBOLOTE, PANTANO DE CUBILLAS (GRANADA) N-323, P.K. 112
Güéjar Sierra. El toro que mira a las cumbres
Subo por la A-395, dejando atrás Granada, ganando altura curva a curva, como si cada una me acercara no solo a la valla, sino también a un lugar más íntimo, más alto. En carreteras como ésta es cuando te das cuenta de que pasta este hecho el motor de tu moto.
Esta no es una valla cualquiera: es, quizás, una de las más elevadas de toda la península. Aquí el Toro no mira al horizonte del mar, ni a campos infinitos de trigo o de olivos. Aquí se alza frente a las cumbres, vigilante, como si estuviera hecho de roca, igual que la montaña.
La subida es un regalo visual: Granada queda abajo, empequeñecida, y lo que se impone es la naturaleza brava de Sierra Nevada. A lo lejos, el Mulhacén, el pico más alto de la península, observa también
GUEJAR-SIERRA, CTRA. SIERRA NEVADA (GRANADA) A-395, P.K. 20
GUEJAR-SIERRA, CTRA. SIERRA NEVADA (GRANADA) A-395, P.K. 20
21.- BENAHADUX (ALMERÍA) N-340 P.K. 454
Para llegar al TORO de Benahadux desde Madrid he rodado por la A-301 y la A-401, pasando por localidades como Úbeda, Jódar y Guadix. Siempre he dicho que, para disfrutar de buenos paisajes y darse un auténtico baño de naturaleza, hay que salir de las autovías, y estos tramos de carretera cumplen sobradamente con ese propósito. Para quien no conozca Úbeda y Guadix, bien merece la pena hacer parada en ellas: historia, belleza y carácter a raudales.
Según me acerco a la valla de Benahadux y contemplo el paisaje —agreste, con ese toque desértico tan propio de Almería— me vienen a la cabeza El bueno, el feo y el malo y tantas otras películas que han enriquecido el cine mundial gracias a estos paisajes casi lunares, castigados por un sol implacable.
La valla de Benahadux luce espléndida en su ubicación. Eso sí, está de espaldas al mar y de cara al cauce seco del río Andarax. He trepado por la cara sur del cerro que la encumbra; es agreste y bastante empinada. Una vez arriba y cerca del TORO, no se experimenta la sensación de paz que se respira en otras ubicaciones. Una rápida mirada al horizonte muestra una gran cementera y varios campos solares que contribuyen, si cabe, a un mayor desasosiego visual.
Más allá, al sur, está el mar. Tengo prisa por verlo, pero sé que su cercanía es un espejismo. El verde ha sido sustituido por plásticos a pasos agigantados, dando un tono blanco y artificial a la costa. Un paisaje tan crudo como fascinante.
Cuando subí a la loma dónde está la valla, fui dejando atrás una urbanización incompleta y en estado de abandono, allí lo único que se mantenía en pie era el Toro. La estructura goza de unas vistas privilegiadas a la bahía de Algeciras y al peñón de Gibraltar. También sería testigo de unos años de especulación del ladrillo con nombre de ultramar.
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