CASTILLA LA MANCHA
VALLAS DEL TORO EN CASTILLA LA MANCHA
1. GUADALAJARA
2. GAJANEJOS
3. TORREMOCHA DEL CAMPO
4. HONRUBIA
5. EL PEDERNOSO
6. VALMOJADO
7. MALPICA DEL TAJO
8. CABAÑAS DE LA SAGRA
9. TEMBLEQUE
10. MADRIDEJOS
11. MANZANARES
12. LA GINETA
13. CASTILLEJO DE INIESTA
14. ALMURADIEL
Septiembre
Guadalajara tiene un significado especial en esta aventura, ya que aquí se encuentra la primera valla que inauguró el blog “El Toro de la Carretera”. Aunque debo aclarar que la primera imagen del TORO que quedó grabada en mi retina fue la de Conil de la Frontera, en aquel entonces ni siquiera imaginaba este reto ni disponía de una moto para recorrerlas.
La valla de Guadalajara, casi integrada en el entorno urbano, ocupa una posición destacada y casi de bienvenida, encaramada en un pequeño montículo que la eleva por encima de la ciudad. Al atardecer, la silueta del TORO se funde con los tonos cálidos y anaranjados de la puesta de sol, regalando un espectáculo visual difícil de olvidar. Además, la estructura está diseñada pensando en el visitante, invitando a detenerse, disfrutar y contemplar su imponente figura con tranquilidad.
Flores es la valla del TORO
El poder de las flores se manifiesta con fuerza cuando las encontramos en un lugar concreto; nos transmiten un mensaje cargado de emociones: felicidad, recuerdo, amor... Para el viajero que las observa al borde de la carretera, esa presencia provoca una sensación intensa, una mezcla de tristeza y respeto que supera cualquier señal de advertencia convencional.
Las flores entregadas en mano suelen expresar alegría, celebraciones o momentos llenos de vida. Pero aquellas que quedan depositadas en ciertos rincones, marcando un lugar específico, suelen señalar algo más profundo y doloroso: un suceso triste, una pérdida que el tiempo no borra.
Hoy, había flores en la valla del TORO
Margen derecho dirección Madrid
Amanece
un día espléndido para pasear en moto. He sido madrugador y tengo mi premio: no
hay tráfico. Apenas hace frío, mucho menos que en días anteriores.
El TORO de Gajanejos cuenta con buenos accesos y es fácil de fotografiar. Está
ubicado en el margen derecho de la vía rápida, dirección Madrid. En ambos
sentidos, tanto hacia Madrid como hacia Zaragoza, ofrece una vista impecable,
sin ningún obstáculo que entorpezca su visión. Es un TORO en pleno campo, que
domina el paisaje con su presencia.
Gajanejos en invierno
Después de un bonito paseo por Sacedón, Trillo y Cifuentes he terminado en el TORO del kilómetro 120 de la N-II. Este TORO como el de Gajanejos también tiene un buen acceso y es fácil de llegar a él por una vía de servicio, se encuentra al margen derecho de la N- II sentido Madrid.
Muchos somos los que, en nuestro vehículo o en el de nuestros padres, siendo niños o ya mayores, hemos sonreído al ver la silueta del TORO recortada en el horizonte. No entendíamos del todo su presencia —ni falta que hacía—, pero casi siempre provocaba una reacción, un comentario, una emoción. Era, y sigue siendo, una chulada que despierta sentimientos diversos.
Para quien se acerque a una de estas estructuras, como la que nos ocupa, basta
un breve paseo para situarse a los pies del TORO, tocarlo, y ver desde su
posición los coches pasar a lo lejos por la carretera, tal como los ve él.
También se puede oír el viento rozar los hierros, como si los abrazara. Se
siente entonces una tranquilidad parecida a la de la cima de una montaña: se
escucha el silencio, sólo interrumpido por el peculiar “run run” de los coches
que observa el astado.
En octubre de este año, con una temperatura muy agradable y cada miembro de la familia ocupado en sus cosas, decidí retomar las rutas del TORO —esa seña de identidad que nos une, ¿os acordáis?
Me marqué el objetivo de visitar tres vallas: una en Madrid y dos en
Castilla-La Mancha. Al final del día, solo logré alcanzar las dos manchegas: el
TORO de Honrubía y el del Pedernoso.
Antes de llegar al de Honrubía, paré en una gasolinera situada a poco más de un kilómetro para pedir consejo. No todos los TOROS son fáciles de alcanzar, y a primera vista parecía que este iba a ser uno de esos. Me temía que tendría que conformarme con verlo desde el arcén de la autovía. Y fotografiar un TORO desde ahí —con la moto detenida sobre medio metro de arcén y el tráfico zumbando al lado— no solo es complicado, es peligroso. Siempre intento encontrar otra opción.
Por suerte, los operarios de la gasolinera me atendieron con amabilidad y me explicaron que, pasando una valla perimetral, podría tomar un camino de tierra que me llevaría hasta el mismo TORO. Incluso podría cruzar al otro lado de la autovía por uno de esos puentes que suele usar el ganado. ¡Perfecto! Eso me daría unas vistas únicas, y hasta podría tocarlo.
Finalmente, metí la FJ por el camino de tierra, un poco a la aventura, y llegué a la estructura. Ahí estaba, imponente, como esperándome.
EL PEDERNOSO (CUENCA) N-301, P.K. 152
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14 de marzo de 2014
Desde la vía de servicio
Hay TOROS que han quedado relegados a un segundo plano tras las transformaciones que han sufrido muchas carreteras nacionales. Las nuevas autovías, en su búsqueda de eficiencia y velocidad, han abandonado el trazado original, desviándose mediante terraplenes y variantes. Y así, la estructura del TORO, que permanece inmóvil y fiel a su emplazamiento, ha quedado atrapada detrás de un montículo o fuera del alcance visual de quienes circulan por las nuevas vías rápidas.
Es el caso del TORO de Valmojado, que ofrece una mejor estampa desde la vía de servicio que desde la autovía actual. Sin embargo, en dirección contraria —viniendo desde Badajoz— aún regala la imagen original, la que mejor representa su propósito: ser visto, imponerse en el paisaje, saludar desde lo alto.
8 de abril de 2014
Hay días en los que uno piensa que habría sido mejor quedarse en casa, o al menos eso es lo que me viene a la cabeza al atravesar Madrid de este a oeste en plena hora punta. Tengo ganas de dar gas y salir del atasco, pero el tráfico lo hace imposible. Pasan los kilómetros, y por fin la moto rueda como a mí me gusta.
Abandono la N-V y me doy un baño de olor a campo, rodeado por los colores verdes y amarillos que regala la primavera. Es abril, y los insectos son una constante; el choque con ellos es molesto ya en el parabrisas de un coche, así que imaginaos cuando vas en moto. Por suerte, alguien inventó las toallitas húmedas.
El TORO de Malpica no es un TORO de carretera al uso. Se esconde en el interior de la provincia de Toledo, dentro de una finca privada. Su tamaño es casi la mitad del habitual: apenas siete metros de altura frente a los catorce que suelen medir estas estructuras. Es un superviviente, uno de los que se erigieron allá por 1961.
El
TORO ATRAVESADO
No han sido una ni dos las veces que he pasado delante de esta valla sin encontrar la ocasión para fotografiarla. Sabía que estaba ahí, como una asignatura pendiente, especialmente por lo cerca que se encuentra de mi casa.
Nunca me detenía, quizá por evitar el tráfico intenso de la A-42, o porque me parecía casi imposible encontrar un buen sitio para hacer fotos. Lo tenía “atravesado”.
Sin embargo, la realidad es que, una vez visitado, no ha resultado tan complicado después de todo.
El trazado de la autovía, los puentes levadizos, los terraplenes cercanos y la valla que lo protege hacen que no se muestre en todo su esplendor, especialmente si circulas en dirección Toledo.
Por el contrario, en sentido Madrid tiene más posibilidades: se le puede disfrutar durante un largo tramo del recorrido.
El Toro de Tembleque (Toledo) se puede ver con más de seis kilómetros de antelación, se encuentra en una ladera no muy alta pero lo suficiente para encumbrarse sobre el terreno que le rodea.
Su situación es en el margen izquierdo sentido Madrid.
El tiempo del TORO
Cerca de una antigua noria oxidada, cámara de fotos en mano, me hago una rápida idea del tiempo que ha pasado por este lugar. El hierro carcomido por la herrumbre y los pocos restos que quedan de los cubos, aquellos que en su día transportaban agua clara para el riego, me hablan de un pasado agrícola que hoy apenas sobrevive en el recuerdo.
Ahora, el sol cae con fuerza sobre el campo, y la escena se aplasta bajo un calor sofocante. El termómetro de la moto no miente: 39 grados. El aire quema, y cada paso levanta un polvo seco que parece adherirse a la piel.
Por un instante, dejo volar la imaginación y me veo en otro tiempo, con la noria girando lentamente, vertiendo agua fresca en un canal de piedra. El sonido del chorro, el frescor... todo queda lejos.
Lo único real que alivia es la sombra alargada del TORO, que se proyecta firme sobre la tierra agrietada. Me refugio bajo ella por unos minutos, agradecido, casi como si el astado de hierro me ofreciera cobijo en medio de este paisaje detenido en el tiempo.
Es agosto
Situado en el margen derecho dirección La Roda
Son las siete de la
mañana cuando los 130 caballos de la FJ empujan con decisión en la oscuridad
que precede al amanecer.
Por delante, unos 705 kilómetros de ruta. Me esfuerzo por ver la carretera a
través de la visera ahumada del casco.
Alcalá de Henares, Campo Real, La Gineta, Albacete, El Rebollar en Valencia, Villagordo del Cabriel y Castillejo de Iniesta forman parte de la primera etapa. El regreso lo haré por Cuenca, Guadalajara y Alcalá, siguiendo la serpenteante N-320.
El objetivo: cuatro TOROS. Dos en Castilla-La Mancha y otros dos en la Comunidad Valenciana.
Circulo aún envuelto en la penumbra, pero hay algo que destaca: la superluna, imponente, me acompaña a la derecha. Ha sido protagonista durante toda la noche, pero ahora empieza a desvanecerse, cediendo lentamente su lugar al sol.
Rodar al amanecer es una de las sensaciones más gratas que puede experimentar un motorista. La temperatura, la luz... todo se va graduando al ritmo de los minutos. El cielo anaranjado se va aclarando, y con ello, la ruta y el día se abren por completo ante mí.
El TORO de La Gineta se alza en una
llanura abierta, antesala de Albacete.
Como muchos otros, está castigado por el sol… pero más aún por el viento. No es
casualidad: en esta zona de La Roda, el viento es una constante, y los cientos
de molinos eólicos que se reparten por el horizonte lo atestiguan, casi
compitiendo con el TORO en altura y presencia.
La estructura se encuentra muy próxima a la carretera, rodeada de pastizales secos que crujen al paso del viento. La mejor vista se obtiene si se circula en dirección a La Roda. Cuando aparece en escena, no se puede evitar el contraste que genera con la estación de servicio cercana: industria y símbolo, presente y memoria, encajando en un paisaje que, sin quererlo, parece preparado para esa fotografía.
Toro de la Gineta
Castillejo de Iniesta
Para llegar hasta aquí he seguido la misma fórmula: la antigua Nacional III. Los viñedos, que durante kilómetros escoltan el camino, van difuminándose poco a poco. Al pasar el embalse de Contreras —una parada obligatoria por su espectacular paisaje—, la carretera se vuelve más solitaria y el calor se intensifica.
Tras una larga recta, entretenida por sus suaves cambios de altura, aparece en el horizonte el TORO de Castillejo de Iniesta. Se recorta como una silueta cinematográfica, una figura panorámica que domina el paisaje con solemnidad. Y, sin embargo, cuanto más te acercas, más se disuelve el encanto: está sobre una loma pedregosa, sin nada a la derecha, sin nada a la izquierda.
Es el escenario del abandono, de lo que fue y ya no es. Uno de esos rincones donde el tiempo parece haberse detenido y donde las antiguas carreteras han quedado relegadas al olvido.
Desde esa posición, sin mucho que fotografiar, sin nada que me invite a quedarme, solo me queda buscar los letreros azules que anuncian el regreso a la autovía... y continuar.
Margen izquierda dirección Madrid
No muy lejos del TORO de Santa Elena —el que anuncia, majestuoso, el inicio del mítico paso de Despeñaperros—, se encuentra su homólogo al norte: el TORO de Almuradiel. Está situado en el sur de la provincia de Ciudad Real, ya en territorio manchego. Es el primero que encontramos tras cruzar la frontera natural que separa Andalucía de Castilla-La Mancha. Un símbolo de transición.
Se alza en el margen izquierdo de la autovía en dirección a Madrid, como si custodiara la salida del desfiladero. Al igual que el TORO de Santa Elena marca el comienzo de la travesía, este parece despedirse del viajero, recordándole que acaba de superar uno de los pasos más emblemáticos de la red de carreteras española.
Ambos TOROS, como centinelas de hierro, guardan la memoria de un camino que fue frontera, que fue reto y que sigue siendo historia. El de Almuradiel, además, regala al viajero una sensación clara: ha dejado atrás la roca andaluza para adentrarse en la llanura manchega.
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